Marzo 2019
Version original. Memorias literarias narradas a Oleg Dorman
Lilianna Lunguiná
Marzo 2019
Version original. Memorias literarias narradas a Oleg Dorman
Lilianna Lunguiná
Mi trabajo de traductora literaria, pese a su carácter modesto, sí que ayudaba a crear agujeros en el telón de acero que nos separaba del resto del mundo. Después de todo, quien ha leído a Boris Vian o a Colette ve el mundo con otros ojos».

Lilianna Lunguiná (Smolensk, 1920 – Moscú, 1998) fue una importante traductora al ruso de obras en alemán, francés, noruego, sueco y danés durante la época soviética. Entre otros, tradujo a Astrid Lindgren, August Strindberg, Henrik Ibsen, Heinrich Böll, Michael Ende, Colette, Friedrich Schiller, Christian Andersen, Boris Vian, Knut Hamsun y Romain Gary. Versión original. Memorias literarias narradas a Oleg Dorman —publicado por primera vez en español — no solo recupera y reivindica su figura y trabajo, sino que además constituye en sí mismo un documento histórico único, ya que su relato nos permite adentrarnos en la cotidianidad de la vida bajo el régimen soviético, con sus luces y sus sombras; y es, además, una crónica narrada por una mujer que perteneció a los círculos intelectuales dela época (conoció a Pasternak, Brodsky y Solzhenitsyn, entre muchas otras figuras de la literatura rusa del s. XX), tanto al oficialista (fue miembro de la Unión de Escritores) como al paralelo (la resistencia que se creó frente a la rígida y censora postura cultural del régimen). Por eso Versión original es también una ventana al no tan conocido mundo literario ruso, su activismo y, sobre todo, sus persecuciones políticas.

Tal y como explica el aclamado director de cine Oleg Dorman, «este libro transcribe el relato de Lilianna Lunguiná sobre su vida filmado durante el rodaje de la serie documental Podstróchnik», que vio la luz en la televisión rusa en 2009, convirtiéndose en uno de los programas más populares de la historia de la televisión rusa. Tal fue el éxito que un año después, Podstróchnik — en su versión extendida — se publicó como libro en Rusia. De alguna manera, las memorias (Les saisons de Moscou, todo un best seller) que Lunguiná publicó a principios de los noventa en Francia — país donde pasó buena parte de su infancia y juventud, con el que guardaba un gran vínculo — le sirvieron de borrador para estas: «creía que para sus compatriotas debía escribir un libro diferente, nuevo de principio a fin. Con los tuyos puedes y debes hablar de las cosas que los de fuera jamás entenderían». Fue así como en febrero de 1997 se puso delante de la cámara de Dorman, dejando un testimonio que llega hoy hasta nosotros y que nos lega la visión de una traductora que, a través su trabajo, llevó a una Rusia uniforme y restringida textos fundamentales a pesar de su condición de mujer judía, robándole a la censura cada letra en unas décadas de arrestos, sospechas, destierros y prohibiciones a los artistas. Una voz privilegiada de una generación que vivió la II Guerra Mundial, el régimen soviético y la caída de todos los muros.

Hija de una titiritera y de un ingeniero — y casada con Semión Lunguín, dramaturgo y guionista que firmó junto con Iliá Nusinov más de veinte películas filmadas entre 1960 y 1991 —, Lilianna Lunguiná vivió una despreocupada infancia entre Francia, Palestina y Alemania. Pronto comprendió el valor de la lectura (la revelación fue con Bibi, de Karim Michaelïs; un poco después ,en París y «a una edad muy temprana», llegarían Mauriac, Du Gard, Gide...), pero también la importancia de lo que acontecía en «la vida exterior», por ejemplo cuando en 1930 ha visto las primeras manifestaciones hitlerianas y comunistas.

A la edad de trece años sus padres decidieron retornar a la Unión Soviética y la llegada a ese nuevo mundo cambió su vida para siempre. Lunguiná será testigo de los vaivenes de un régimen que, presa de una paranoia creciente, se revolverá contra sí mismo iniciando brutales purgas y persecuciones, lo que pronto le hizo desarrollar un «rechazo del sistema soviético».

Censura y castigo: de Pasternak a Solzhenitsyn, pasando por Tsvetáieva

La joven, que empezará a relacionarse en círculos intelectuales, verá a muchos de sus amigos cercanos y conocidos caer en desgracia y acabar condenados al ostracismo laboral e intelectual, cuando no enviados directamente a los campos de trabajo. Ya en el IFLI(Instituto de Filosofía, Literatura e Historia) pudo asistir, por ejemplo, al retorno de Marina Tsvetáieva y su familia a Rusia. La crítica destructiva que recibió la nueva antología que preparó la poeta — determinante para su nueva vida — y que no se llegó a publicar hizo comprender a Lunguiná «que desde el punto de vista ideológico no solo no encajaban las ideas «anti-soviéticas», sino tampoco la manera, el estilo». Tsvetáieva no incluía ningún poema sobre temas políticos, pero su estilo era «contradictorio con los principios del realismo socialista. El realismo socialista venía determinado por el grado de simplicidad en la representación de la vida. Lo complejo significa controversia, cuando todo debería ser unívoco». Se llega a preguntar Lunguiná si acaso de haber publicado su libro, Tsvetáieva no se habría suicidado en Elábuga.

Versión original está repleto de historias sobre la ardua tarea de publicar libros que, por algún motivo, se saliesen de la norma durante la época soviética, algunos de ellos hoy de fama mundial. Verbigracia, Doctor Zhivago. En 1957 Pasternak — que en absoluto pensaba escribir «una obra contrarrevolucionaria» — la llevó a Novy Mir, señera revista literaria rusa.«En Novy Mir se lanzaron a las tareas de edición y se toparon con unas dificultades terribles.Las decisiones se aplazaban durante meses. Mientras tanto, un ejemplar manuscrito cayó en manos de un editor italiano. Se entusiasmó y decidió publicar la novela en Italia. El libro salió muy pronto y su éxito en Occidente provocó un escándalo enorme en Moscú. Viendo por dónde iba la cosa, la redacción de Novy Mir, en un intento de cubrirse las espaldas, envió una carta alComité Central en la que subrayaba el carácter antisoviético de Doctor Zhivago. (...) Enseguida se desarrolló una campaña que se prolongó hasta la concesión del Premio Nobel a Pasternak en 1958».

Otro caso reseñable es el de Un día en la vida de Iván Denísovich. Lunguiná fue una de las primeras en leer aquel manuscrito primigenio titulado SCH-854, la placa de identificación del protagonista en el Gulag. Fascinado, Tvardosvski, poeta y editor de Novy Mir, llevó el texto ante el mismísimo Nikita Jrushchov, dirigente de la Unión Soviética por entonces. «Y Nikita quedó cautivado. Porque él también era un hombre sencillo y ese era precisamente el nivel que podía comprender completamente, hasta la última palabra. Dijo: “Adelante, publícalo. Tienes mi visto bueno. Solo hay que cambiar el título”».

«Desterraban a la gente. Echaron a Solzhenitsyn, obligarona emigrar a Rostropóvich y Vishnévskaia acusados de ha-berlo amparado, al biólogo Zhorés Medvédev, a Siniavski, aVladímir Maksímov, a Vladímir Voinóvich, a Lev Kópelev, aRaia Orlova, a Aleksandr Zinóviev, etc. A muchísimos cien-tíficos, artistas e historiadores».

Para más inri, el antisemitismo creciente (y oficial) dificultaba a los judíos el acceso a los estudios superiores y al trabajo. «No me cabía en la cabeza que precisamente eso mismo pudiera surgir en nuestro país», lamenta Lunguiná. «Echaban a los judíos del Comité Central, del Sóviet de Moscú, de los comités municipales y regionales, de los organismos de seguridad del Estado, de los ministerios, de los medios de comunicación, de los institutos de investigación, de las universidades...».

Lilianna Lunguiná con sus dos hijos, Pável y Zhenia.

Los signos del deshielo

Cierto es que tras la muerte de Stalin, algunas cosas empezaron a cambiar: Novy Mir publicó unos cuantos artículos que cuestionaban los conceptos sagrados (el realismo socialista y el partidismo en la literatura); en la misma revista apareció una reseña crítica de la no-vela El bosque ruso, de Leonid Leónov, uno de los dinosaurios de la literatura stalinista; los relatos de Paustovski, la novela de Ehrenburg titulada El deshielo que dio nombre a todo ese período y, lo más importante, la novela de Dudíntsev No solo de pan, que hizo época. Sin embargo, todo este amago de nuevas esperanzas quedó sepultado por «los terribles acontecimientos húngaros», esto es, la represión de la Revolución húngara de 1956, que provocó que Jruschov, en ese momento en el poder, exigiera que los escritores y artistas sirviesen al partido.

No obstante, para entonces en las cabezas de Lunguiná y sus compañeros «había ocurrido algo irreversible». De esta manera nació una cultura paralela, no oficial, alrededor de pequeños grupos que se reunían para conversar y discutir; localizaban ediciones antiguas o facsimilares extranjeras para hacerles copias; reproducían a máquina o a mano poemas y libros prohibidos (La nueva clase, de Djilas, o La tecnología del poder, de Avtorjánov, cuya difusión podía costar hasta diez años de cárcel). A la acción de copiar y distribuir literatura clandestina la llamaron samizdat y la banda sonora la pusieron cantautores como Bulat Oku-dzhava, Novella Matvéieva o Aleksandr Gálic. Así, se sucedían los juicios a escritores, pero también las concentraciones en las puertas de los juzgados. Fue en este contexto cuando se firmó «La carta de los sesenta y tres» (dos de ellos fueron Lunguiná y su esposo), que si bien no dio en el momento ningún resultado inmediato, con ella comenzó el movimiento conocido como la disidencia: «todo un grupo de artistas jóvenes se esforzaba para empujar a la gente a pensar, ver, comprender y lo hacían actuando dentro de la legalidad».

Lunguiná vuelve a recalcar aquí el valor de la lectura: «Desde 1968 aparecían regularmente las ediciones de la Crónica de actualidades, que difundía por el país toda la información relacionada con la resistencia. Si la policía te pillaba con ese folleto ibas directamente a la cárcel (...) De ese modo en Moscú surgió una nueva forma de vida: la gente empezó a verse con el pretexto de «la luz encendida» a la una de madrugada, a las dos. Si la ventana estaba iluminada, se podía llamar a la puerta. Si traías algo para leer, eras especialmente bienvenido. Eso contribuía al acercamiento de las personas, a la comunicación».

Su trabajo como traductora

Lunguiná comenzó a traducir de forma profesional trabajando para la Detguiz, la editorial estatal infantil. Su amigo Borís Gribánov le advirtió que en esos momentos se cuidaban mucho «de no superar un determinado porcentaje de judíos» y por eso no podía encomendarle una traducción de francés. Sin embargo, puesto que Lunguiná había estudiado literatura escandinava, le animó a probar: «busca por ahí, que de esas lenguas no tenemos traductores, y yo iré con las espaldas cubiertas ante mis superiores». Así, casi por casualidad, fue como descubrió Karlsson en el tejado y, por lo tanto, a Astrid Lindgren, «una escritora infantil absolutamente única», la madre literaria de Pippi Langstrum, la niña más fuerte y rebelde del mundo.

Un par de ediciones rusas traducidas por Lilianna Lunguiná.

«Al cabo de un par de años me enteré de que hacía tiempo que había recibido el Premio Hans Christian Andersen, el más grande en el mundo de la literatura infantil, que sus libros estaban traducidos a treinta y cinco idiomas y que, en suma, era el número uno de la literatura para niños. Al otro lado del «muro, claro»,. La lista de autores y títulos traducidos suma y sigue, también las trabas. «Tardamos tres años en preparar la antología de Vian (...) porque había que tramitar la publicación esquivando toda clase de peligros».

Al final del libro, tras narrar la llegada y las consecuencias por todos sabidas de la llegada de Gorbachov, Lunguiná, apenada por la muerte de su marido, expresa su inquietud por la publicación de uno de sus últimos trabajos: «Me gustaría ver publicado un libro que traduje hace unos diez años. Se titula La historia interminable, de Michael Ende». Tras conocer y entablar una breve pero maravillosa amistad con el célebre autor, lo tradujo a medias con su amiga Aleksandra Isáieva. Hoy su traducción al ruso puede encontrarse fácilmente.

Lilianna Lunguiná con su marido, Semión Lunguín, a quien cariñosamente llamaba Sima.

Versión original. Memorias literarias narradas a Oleg Dorman incluye 100 páginas de fotografías que ilustran la historia de Lunguiná. También está disponible el tráiler subtitulado de la serie documental y podríamos acceder a algunos fragmentos del mismo. Yulia Dobrovolskaia, traductora del libro y experta en la figura de Lunguiná y su época, está disponible para entrevistas.

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